Su nombre fue Claire Louisa Rose Bonne de Coëtnempren de Kersaint. Nacida en París, Francia, en 1777, fue hija del contraalmirante Armand de Kersaint, guillotinado en 1793, lue4go de haber sido acusado de traicionar los ideales revolucionarios de Francia y de pretender reinstaurar la monarquía borbónica. Su madre fue una ciudadana martiniquense de la que no se conocen mayores datos.
Si bien Claire nació en Francia, una buena parte de su vida la transitó entre Inglaterra y los territorios francoparlantes de ultramar, sobre todo en los años de la revolución. Por este motivo es que la consideramos una escritora antillana.
Regresó a Francia en 1801 convertida en la Duquesa de Duras. A partir de entonces, mantuvo abierto un famosísimo salón literario al que asistían personas de la talla de Chateaubriand, Nathalie de Noaïlles y Madame de Staël, mujer admirada por Goethe, Victor Hugo y Sainte-Beuve.
Fue gracias a Chateaubriand que publicó en 1823 su primera obra, titulada Ourika, la que tuvo gran éxito mientras duraron los años de la esclavitud –cabe destacar que se abolió en 1848–. Se trata de una esclava liberta que es educada en la París aristocrática y que no tardará en caer en la cuenta de su condición de mujer y negra: “Me veo negra, dependiente, despreciada, sin fortuna, sin apoyo, pronto rechazada de un mundo donde no fui admitida”.
Claire aborda tópicos sociales controvertidos a partir de personajes marginados por esa sociedad convulsa e hipócrita en la que vivió. En las últimas décadas, la condesa ha sido reivindicada. Su obra fue revalorizada por la originalidad y el vigor de su pluma, y por la sensibilidad con la que trata cada uno de los temas que propone.
Su mirada es claramente abolicionista y feminista. En todo momento está presente la idea de invisibilización de la otra por razones de color y género. Al parecer, la Declaración de los Derechos de los Ciudadanos era estrictamente para aquellos varones que eran considerados con autonomía y valor de sujetos políticos. En ese esquema social, no entraban las mujeres y otros sectores sociales, como los indigentes.
La obra de Claire está compuesta por las novelas Oliver o el secreto de 1822, Ourika de 1823, Eduardo de 1825 y Pensamientos de Luis XIV, tomados de sus obras y sus cartas manuscritas de 1827, publicación póstuma. Además, existen dos escritos que quedaron inconclusos: El monje de San Bernardo y Las memorias de Sofía.
Álvaro Vera
Oliverio o el secreto, por Claire de Duras
Fragmento
Guarde su secreto, Olivier, yo renuncio a saberlo, no, no exigiré de usted lo que le costaría un esfuerzo doloroso; daría mi vida por evitarle penas, pero no le causaré nunca ninguna, por otra parte ese secreto no nos separa ya, consiento en ignorarlo puesto que nos permite ser felices; es posible que yo hubiese sido menos generosa hace quince días, usted huía de mí entonces, me pedía traicionarle, entregarme a otro, yo veía en ese secreto la causa del infortunio de mi vida; ahora lo encuentro más inexplicable, tal vez, pero mucho menos doloroso, olvidémoslo, querido Olivier, no le permitamos turbar la felicidad que no tiene el poder de destruir, se dice que hay que ocupar el espíritu para impedir que se extravíe, yo ocuparé tu corazón para impedirte sufrir; en nuestra inocente unión, yo te haré tan feliz que olvidarás tu secreto y todas tus penas, y si, quizás, un día, en el desahogo de una dulce confianza, tú lo recuerdas, será para sorprenderte de haber podido ocultar algo a la otra mitad de ti mismo. Ya ves lo difícil que soy, rechazo tu secreto si tú lo confías, y pretendo que se te escape.
¡Ven pues! Y que nada te retenga más, yo no te diré como Egeo: marca la vela de tu barco, yo lo reconoceré entre todos; algo de ti se adelantará a través de los vientos, sabré que tú te acercas, como se dice que el viajero fatigado presiente en el desierto la fuente que va a refrescarle. ¡Ven, Olivier, amigo mío, hermano!, el que yo he amado siempre, el que siempre amaré, ven, te espero para todo. Para ver lo que me rodea, para recuperar el placer, para creer en la felicidad; te espero para concebir proyectos, para saborear la esperanza, ¡ay, yo te espero para vivir!
No me hables de los peligros que corre mi reputación, no existen, y si existieran, yo ignoraría ese sacrificio: pero todo nos acerca, nosotros formamos con Adèle toda nuestra familia, y que ya no nos viéramos nunca sorprendería más que si nos viéramos sin cesar; ven, pues, ven sin temor y que la delicia de vernos nos pague, de una vez, todo lo que acabamos de sufrir.
Traducción: José Ramón San Juan
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